lunes, 18 de febrero de 2013

Durante incontables días y sus respectivas noches, he distraído largas horas a caminar con los brazos tendidos, como un ciego avanzando a tientas en el inmenso espacio, en busca de la escurridiza presa de la felicidad. Hendí largas pértigas en la negrura del Estigia; y una y otra vez se escurrieron de mis manos y escaparon al abismo sin darme señas de aquello a lo que perseguía.

Transité esos caminos, tan idiotizado por la persecución vulgar, que nunca vi a los dedos de lo divino tejer a lo sublime entre las fibras de la realidad a la que rehuía. Cifrando destellos de lo inasequible en una dulce mirada, atrapando al infinito que se asomaba oscilante en los intervalos de una caricia, dejando escapar poco a poco la armonia de las esferas en el sonido de sus cálidas palabras.

Que el Eterno perdone mi insolencia, al querer arrancar de sus manos aquello que desde hacía tiempo me habia sido concedido en respuesta a las silenciosas súplicas que he elevado. Que Quienes Llegaron Antes desatiendan estas convulsiones apofénicas y no rompan su claustro que va más allá de las Eternidades. Que las sacudidas del alma que me han llevado a tan monstruoso atrevimiento no arranquen de mis manos esta prenda de lo Divino.

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